Monday, February 20, 2012

LIMA Y EL CALLAO, UN SOLO PLAN / AUGUSTO ORTIZ DE ZEVALLOS

Columnistas | 20-02-2012 |Diario 16


 Augusto
Ortiz de Zevallos

LIMA Y EL CALLAO, UN SOLO PLAN


El nuevo plan concertado de Lima ya empezó, a escala de región metropolitana y no solo urbana. Por primera vez, porque se quiere afrontar problemas de esa escala y no eludirlos: Transporte, suelo, ambiente, crecimiento, empleo, calidad de vida.
 
Y no solo coleccionar viaductos, esos que son rápidamente rebasados y colapsan poco después, en una ciudad que se mueve mal y demasiado. Donde hay que ir de todas partes a todas partes, todo el tiempo. Donde hay que cambiar de modelo y no hacer más de lo mismo. Eso que fracasó y que nos hace vivir mal.
 
Hace ya algunos meses que el equipo que lidera Henry Pease avanza en consultas sobre las expectativas de los 43 alcaldes y distritos de Lima. Más de la mitad ya se hicieron. Y ese trabajo debe ser sistematizado por espacios mayores y estratégicos de ciudad, como lo son Lima Norte, Lima Sur y otros, donde habrá foros y debates. Eso es fundamental, porque atomizar la ciudad en 43 parcelas o chacras es absurdo y produce solamente alcaldías protagónicas pero sin panorama. Adentro de cada distrito están los problemas pero no las soluciones, que necesitan escala metropolitana, y hay que construir estrategias territoriales de nueva centralidad, de reequipamiento, de autonomías relativas, de mejores calidades de vida, empleo, servicios. Como se ofreció en la campaña. Y se hace, aunque se niegue.
 
Lima y El Callao, juntos, son el espacio verdadero. Del problema y de la solución. De las oportunidades, de las infraestructuras, de los desplazamientos diarios. Además, el aeropuerto y el puerto de Lima están en El Callao. Y para entrar y salir del Callao se pasa por Lima. Pensar en una sin el otro es absurdo. Y más en el siglo XXI, donde el Océano Pacífico será fundamental y las transoceánicas ya están, como enormes oportunidades
 
Esto que parecería evidente fue desconocido en los últimos tres o cuatro periodos municipales. Quince años sin hablarse. Cuando Andrade y Kouri, hay vídeos que lo hacen explicable. Andrade, asediado por Fujimori, debió apertrecharse y defender lo municipal de la invasión de lo central. E hizo bien, con cañoncito y todo.
 
Pero este escenario siguió después, innecesariamente, dándose en cada provincia licencias contrapuestas de combis, taxis y rutas sin racionalizar mínimamente.
 
Es una gran noticia que ahora los alcaldes de Lima y El Callao ya trabajen juntos sus planes de transporte, corredores y estrategias, a la medida de sus capacidades de inversión, lo que ojalá no se perturbe con el anuncio de un tren, que requiere otra dimensión de recursos y que puede y debe ser parte de una red multimodal Metropolitana.
 
Y no como fue el tren de Alan García, un ejercicio de autismo que por eso duró un cuarto de siglo, ya que empezó yendo de donde nadie se quería subir a donde nadie se quería bajar, lo que ahora cambiará para mejor, en la medida que sea parte de la ciudad.
 
La nueva excelente noticia es que ahora Lima y El Callao quisieran trabajar coordinadamente su plan de desarrollo. Esta semana habrá un seminario urbanístico, desde el lunes, donde se presentarán escenarios comparados: Barcelona, Rio, Quito, Rosario, Lima y El Callao.
 
Estos serán presentados por urbanistas líderes, en cada caso, para generar un debate. Visiones de lo territorial y estrategias de lo urbano, ejemplos exitosos, lineamientos de política, serán bases para hacer ahora, este año, un plan estratégico eficaz donde las potencialidades se induzcan y concilien, y ya no esos planes prescriptivos que dibujan idealizaciones que nunca se parecen a la realidad, que se hace sola como un huaico, y sin ellos.
 
Hacer ahora planes con proyectos estructuradores -esos que ahora hay y ya empezaron- para recuperar el río, en el litoral, y el centro, si esto no se obstaculiza con esas visiones paralizantes y contraproducentes que lo han convertido en periferia.
 
De manera que Lima y El Callao, pensando en un solo proyecto de desarrollo, y otras ciudades aliadas, con el referente axial de un nuevo urbanismo trabajado en Barcelona, ya empiezan a trabajar la construcción - desde hoyde un futuro mejor. Lo que ojalá permita continuidades e interacciones sostenidas e internacionales. Porque hoy las ciudades se explican en lógicas globalizadas y deben ser entendidas así.
 
Se trabaja, entonces.
Mientras hay quienes cambian firmas por kilos de arroz en ese chaufa barato y hoy ya ridículo de la revocatoria, ridículo que ahora oculta la prensa, alguna vez seria, que les abrió las puertas.
 
Y mientras hay mezquindades penosas que llegan a insinuar que el admirable trabajo de control de desgracias, en el incendio de hace días, que se hizo desde el municipio - con los bomberos y ayuda hasta del Callao- sería un caso de improvisación o desorden, cuando la verdad es que, además del notable liderazgo que hubo, con la avenida Abancay fluyendo y la venta ambulatoria bajo control se había desactivado esa bomba de triste recordación.
 
Hacer una ciudad principalmente para las personas es diferente de hacerla principalmente para los negocios. Eso hay quien no lo entiende, porque prefiere y vive de extrañar lo segundo.

Ver: 



 Los bomberos iniciaron este sábado la remoción de los restos que dejó el incendio del pasado viernes, en tres galerías comerciales en la zona de Mesa Redonda, en el Centro de Lima.

700 Casonas en el Rímac están a punto de derrumbarse


Peligro. La fachada de esta casona de la Av. Francisco Pizarro está a punto de desmoronarse. Se deben tomar precauciones.



Peligro. La fachada de esta casona de la Av. Francisco Pizarro está a punto de desmoronarse. Se deben tomar precauciones.


Unas 700 casonas en el Rímac están a punto de derrumbarse/ Milagros Laura


Emergencia. 35 mil personas viven en estos inmuebles con más de 400 años de antigüedad. La municipalidad del Rímac asegura que no pueden demolerlos ni reforzarlos por ser Patrimonio Histórico.

Milagros Laura

Acepta que vive en una de las zonas más inseguras del Rímac, pero no se refiere a la delincuencia que se registra en el lugar, sino al peligro de que en cualquier momento su casa, la de su vecino, y la de toda su cuadra se desplomen de lo antiguas que son.
"Aquí nací, y no me voy a ir. Sé que es peligroso, tengo miedo, pero es mi casa y de aquí no me voy. Además, ¿A dónde me iría?", cuenta decidida doña Carmen León Morales, una inquilina en riesgo porque habita una de las 700 casonas más antiguas del distrito rimense que corren el riego de desplomarse.
La casa de doña Carmen  está ubicada en la calle Camaroneros 436, interior cuatro. La quinta donde vive está al lado del puente Santa Rosa, y asegura que vivir 52 años ahí  ha terminado por acostumbrarla a la bulla que hacen los carros. Pero, lo que le costó asimilar es ver cómo cada temblor que sacude nuestra ciudad termina por derrumbar las paredes de quincha que rodean su casa.

20 mil casas en riesgo

"Cuando hay temblor no salimos de la quinta, nos vamos al fondo. Tenemos miedo que el segundo piso se desplome", Dice Carmen, mientras señala las tres paredes rajadas e inclinadas que quedan de un segundo piso situado sobre la entrada de su quinta.
Este panorama lo vive también doña Ofelia Vega. Su casa está ubicada en la cuadra uno de la Av. Francisco Pizarro. También es una quinta. A unos metros de la reja oxidada que debes pasar para llegar con doña Ofelia aún se encuentra el cúmulo de desmonte que dejó la caída de uno de los muros que cedieron por las recientes lluvias. Aquí las piedras, tierra y madera apolillada hacen del lugar un paisaje tétrico.  
En el distrito del Rímac hay unas 20 mil casonas que, debido a la antigüedad de su construcción y a la humedad, están en riesgo de derrumbarse y provocar la muerte de las personas que las habitan.
Para el sub gerente de Defensa Civil de la Municipalidad del Rímac, Miguel Gavidia, las casonas no  pueden ser rehabilitadas porque son consideradas Patrimonio Histórico.
Patrimonio Histórico

"El concejo muy poco puede hacer para resolver el futuro de estos predios. No podemos reforzar las estructuras, ni demoler las que están punto de caerse porque son Patrimonio histórico. Cuando los predios en riesgo quedan deshabitados otras familias lo habitan o peor aún se convierten en guaridas de drogadictos o ladrones, es un problema de nunca acabar", dijo Gavidia. De las 200 mil casonas que existen en el Rímac, 700 se encuentran en situación de riesgo, y cabe precisar que muchos de los inmuebles tienen entre 20 a 40 departamentos al interior.
Estas cifras son producto de una evaluación realizada desde hace meses en distintas partes del distrito para ver el estado en que se encuentran los hogares.
Estas 20 mil casas en riesgo (que supone unas 35 mil personas en peligro) se encuentran principalmente en los jirones Chiclayo, Francisco Pizarro, Trujillo, Loreto, Cajamarca, Casma, Paita, Marañón y La Libertad. En la cuadra dos de la avenida Loreto -ubicado en la parte trasera de la municipalidad- se puede observar que todas las viviendas  presentan en su segundo nivel  muros rajados, caídos e inclinados hacia adelante, como si estuvieran a punto de caerse.
Una alternativa

Para el alcalde del Rímac, Enrique Peramás, estas viviendas tienen más de 400 años de construcción y fueron abandonadas por sus verdaderos dueños. Dice que hoy son habitadas por familias de escasos recursos económicos.
Explica que la intención de cambiar la imagen del Rímac y acabar con las ruinas de sus casonas se viene trabajando desde el 2005 con el plan piloto de renovación Urbana denominado el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
A través de esta propuesta se busca promover la declaratoria de abandono de estos predios para que así el concejo pueda disponer de ellos. Sea para la demolición o la entrega de títulos de las personas que las habitan.
"Más de ocho mil familias que viven en solares, quintas y viviendas tugurizadas se beneficiarán con este proyecto", dijo el alcalde.

Balcones: Otro peligro que acecha a vecinos del Rímac

Se calcula que en el Centro Histórico hay aproximadamente 320 balcones en riesgo de colapsar. Lo mismo sucede en el Rímac, donde 45 balcones son considerados un peligro.
Entre 3.000 y 50.000 dólares puede costar la recuperación de un balcón según su tamaño y grado de deterioro.
El programa Adopte un Balcón, creado durante la gestión del ex alcalde Alberto Andrade, logró restaurar 72 balcones entre 1997 y el 2002 con una inversión de 711.550 dólares.
En el Centro Histórico de Lima hay 1.899 inmuebles protegidos como patrimonio cultural por su valor arquitectónico.
En cifras

200 mil casonas existen en el distrito del Rímac
700 de estos inmuebles antiguos se encuentran en situación de peligro.
400 años de antigüedad tienen estas casonas consideradas como Patrimonio Histórico.

  Casonas en ruinas en el Rimac

Ver:
La Republica:

Monday, February 13, 2012

CENTRO HISTÓRICO DE MORELIA


La difícil restauración expulsa del Centro Histórico a sus vecinos

Plano del Centro Histórico de Morelia

 Decenas de casonas pertenecientes a antiquísimas familias vallisoletanas, el espacio en que José María García Obeso recibía a los conspiradores de la Independencia o aquellas modestas casas de cantera rosa que vieron nacer a los héroes insurgentes como los hermanos Michelena, doña Josefa Ortiz y Agustín de Iturbide, son ahora ocupadas por numerosos comercios de todos los giros, oficinas, bancos y centros recreativos.
 Catedral de Morelia.


Contrario al fenómeno de crecimiento de la mancha urbana en su conjunto, en las últimas tres décadas, el Centro Histórico de Morelia perdió más de la mitad de sus habitantes. De acuerdo al último censo del INEGI (2010), de 64 mil pobladores que tenía en 1980, a 2010 son sólo 28 mil los morelianos que residen en el primer cuadro de la ciudad, en espacios que ya resienten el paso de los años, pues muchos se encuentran sumamente deteriorados.
Para evitar la tendencia creciente de despoblación y mantener vivo el corazón de Morelia y uno de los hitos más importantes de México, en los próximos meses estará listo el nuevo Programa Parcial de Desarrollo Urbano y Plan de Manejo del Centro Histórico, que se construye con la opinión y consenso de diferentes especialistas, comerciantes y residentes de esta área.
Este instrumento tiene como objetivo el mejoramiento de la imagen de la zona, a partir del ordenamiento del desarrollo urbano y del establecimiento de criterios de reutilización y reglamentación para el uso racional de las edificaciones patrimoniales, en que además se determinan las acciones e instrumentos para el cuidado, mejoramiento y revitalización del Centro Histórico.
De acuerdo con José Luis Rodríguez García, director del Instituto Municipal de Desarrollo Urbano de Morelia (IMDUM), que se encarga de la construcción de este Plan, fue en 1983 cuando se creó el primer programa de desarrollo urbano de Morelia, enfocado al Centro Histórico. Con programas parciales ya más detallados y que permitieran emprender acciones focalizadas, se gestó otro plan en 2001, el cual se orientó a proponer alternativas de solución a los problemas viales y del comercio ambulante en la zona central de la ciudad.
Sin embargo, ante las modificaciones del propio entorno, es necesaria ya su revisión y actualización, misma que inició el año pasado y se pretende concluir a la brevedad.
Rodríguez García detalló que se contrató a una empresa consultora moreliana, Constructora San Carlos, encargada de levantar un estudio sobre la situación arquitectónica, social y económica del Centro Histórico, trabajo acompañado de varios talleres para definir un proyecto de solución a los problemas actuales de esta zona, que en un plazo de cerca de tres semanas, será llevado a consulta pública para enriquecerlo.
Después del foro en que se agregarán los enfoques de la ciudadanía, las propuestas serán integradas al plan en su conjunto que deberá ser aprobado por el Cabildo de Morelia para que entre en vigor una vez que sea publicado en el Periódico Oficial del Estado.
“El objetivo es recabar puntos de vista, recomendaciones y ver como se da solución a la problemática del Centro Histórico en cuestiones como vivienda, inversión, comercio, vialidades; el resultado de este plan será el normar el crecimiento del uso de suelo, cuáles son los usos compatibles, todo ello con el fin de preservar nuestro patrimonio”, dijo el titular del IMDUM.
Carlos Mendoza Rosas y Francisco García Mier, especialistas en desarrollo urbano, conservación y representantes de Constructora San Carlos, dieron los pormenores del análisis y “radiografía” que se levantaron en el Centro Histórico para la elaboración del programa parcial con una visión al 2030.
De acuerdo a las estadísticas del INEGI y los datos levantados en campo, a pesar de que el municipio tiene tasas crecientes de población, no ha sido así en el corazón de la capital michoacana, donde se observa una despoblación de sus casonas, que son convertidas en tiendas de calzado, comida, bisutería, corsetería, joyería, hoteles, oficinas administrativas, restaurantes, escuelas y diferentes tipos de servicios.
Es así como de 64 mil habitantes que tenía el primer cuadro en 1980, al 2010 se contabilizaron únicamente 28 mil personas como residentes en esta área, es decir, la población se redujo en un 56.25 por ciento en los últimos 30 años.
En otros datos, se explicó que si bien se tuvo un repunte en el año 2000 en cuanto a viviendas ocupadas, de acuerdo al estudio realizado, para el 2010 se encontraron 4 mil 264 inmuebles deshabitados, de los 11 mil 900 que aún tienen el uso de suelo habitacional.
Además, resaltaron que la mayoría de los inmuebles del Centro Histórico, son ocupados por mujeres mayores de 50 años de edad y es muy poca la población juvenil que reside en esta área.
El cambio de uso suelo también permite dar una referencia de la actividad que se desarrolla en el primer cuadro, por ejemplo, en la última década, alrededor de 800 predios que tenían uso habitacional, cambiaron al uso comercial y de servicios, 400 más se constituyeron como centros o instituciones educativas.
“Tenemos un fenómeno particular en el centro, las casas-habitación se transforman en oficinas y comercios porque no son redituables económicamente hablando, es decir, su mantenimiento es muy costoso”, dijo José Luis Rodríguez.
Y es que además de la despoblación, otro de los aspectos que preocupa a los especialistas es precisamente la conservación del patrimonio arquitectónico, ya que en base a los censos de la Coordinación Ejecutiva del Centro Histórico, de los 11 mil 300 predios que se contabilizan en el primer cuadro de la ciudad, 74 se encuentran en peligro de colapsarse debido a la falta de mantenimiento por parte de sus propietarios, situación que se agrava con la lluvia, ya que la humedad hace que éstos sean más propensos a sufrir algún daño.
El Centro Histórico, abarca 485 hectáreas, tanto en la Zona de Monumentos como en la Zona de Transición, área en que se contabilizan dentro de los 11 mil 300 predios, mil 113 inmuebles catalogados como Patrimonio Cultural de la Humanidad y mil 472 edificios con alto valor arquitectónico por tratarse de propiedades populares y tradicionales de los siglos XIX y XX; éstas últimas al no estar protegidas por instancias federales, corren el riesgo de desaparecer, como es el caso del extinto Hospital Guadalupano que se encontraba dispuesto en la calzada Fray Antonio de San Miguel.
Para frenar la despoblación y deterioro de esta área es que en breve estará lista la actualización del Programa Parcial de Desarrollo Urbano y Plan de Manejo del Centro Histórico; algunas de las propuestas son el crear estímulos fiscales para incentivar el desarrollo de proyectos habitacionales, como la exención del pago del impuesto predial, descuentos en licencias para remodelación, además de apoyos federales para restauración.
La zona central es el origen de la ciudad, es testimonio vivo de sus 470 años de historia; su traza urbana, sus espacios abiertos y su edificación conjuntamente con el tejido social, conforman estructuras ambientales y un patrimonio cultural de riqueza invaluable que debe preservarse: El Centro Histórico.

La calle Belisario Domínguez en el Centro Histórico de Morelia.

Ver:
LA EXTRA:


Saturday, February 04, 2012

APROXIMACIÒN A LA IMAGEN HISTÓRICO-URBANA DE PIURA / ARMANDO ARTEAGA

ESTAS DISCRETAS IMÁGENES DE SAN MIGUEL DE PIURA/ 

ARMANDO ARTEAGA

APROXIMACIÒN A LA IMAGEN HISTÓRICO-URBANA DE PIURA
Fotos: Archivo ITECA-Arnaldo Pulache, fotografo de Castilla. Piura 1900.

*
Foto: Calle Lima. Piura 1900.

ESTAS DISCRETAS IMÁGENES DE SAN MIGUEL DE PIURA

Por Armando Arteaga


Un ominoso olvido ha sufrido “De mi casona”, el libro más personal de Enrique López Albujar sobre la “piuranidad”, esa joya que según el propio autor es un poco de historia piurana a través de su revertida biografía. Mejor suerte y reconocimiento ha tenido “Matalache”, a pesar del turbulento drama y la entusiasta sensualidad que demuestran las escenas de su novela en un ambiente de perjuicios sociales. Aquí aparece por primera vez la descripción de La Tina: “La Tina era en1816 un caserón de adobes, ladrillos y paja, levantado a sotavento de la ciudad, unos quinientos pasos más allá de su extremo norte, besando la escarpada margen derecha del Piura y sobre su prominencia del terreno. Vista de lejos, semejaba de día, por su aislamiento y extensión, un castillo feudal, y en las noches, un aguafuerte goyesco”.

Foto: Calle Lima. Piura 1900. 


Lo más rescatable de ambos libros que prosara López Albujar es la casi fotografía tomada del escenario donde se va a desarrollar la trama social. Aproximación misteriosa y literaria de la piuranidad. La anécdota sublima la realidad. Son páginas en donde Piura –ciudad y escenario rural provinciano- surge discretamente con una fuerza integral, subrepticia y arrolladora.

La extraordinaria descripción que López Albujar hace de “la casona” es aristraga y several: “Una casa donde hay más de cinco salones y en cuyos patios puede formar un escuadrón y en cuyos llavones antiguos de sus cien puertas han debido entrar más de dos arrobas de hierro, una casa así me parece que tiene derecho al aumentativo”.

La increíble “casona” de López Albujar no era esa gran casa solariega que parece desprenderse de sus evocaciones, y es que no le falta arquitectura ni suntuosidad, es más bien un pretexto que enrostar a la malicia criolla, que ya no es tal, el mismo describe la agonía de esta arquitectura costeña entre el abandono, la herrumbre y la polilla, difícil ahora de compararla con otra real porque ya no es verdad, en efecto, sucumbió al avance destructivo de cierta “modernidad”, es hoy apenas un terreno baldócrado que descubre parte de los restos prestigiosos y destruidos, de lo que fue: un imprescindible documento literario y arquitectónico.

Foto: Calle Prolongaciòn Ica. Piura 1900.


La devastadora mano irresponsable y aviesa de echar abajo cualquier vestigio de “lo viejo” ha privado a las nuevas generaciones de verla intacta y verídica. Queda aún el rumor perpetuo de la imagen que dejó López Albujar de ella, en la actual esquina de la calle Tacna y Ayacucho, en la misma Plaza de Armas. Volverla a mirar ahora, y asumir su literalidad, da tristeza.



A cincuenta metros de “la casona” queda aún refaccionada, luego de la arruinada que sufriera por los terremotos del 12 y el 40, otra “casona” en la Calle de Mercaderes (Tacna N- 622): la casa donde nació Miguel Grau. Y más allá al norte, a cinco cuadras, la Plazuela Merino, en donde se erigió –recuerda López Albujar- un tiempo: la casa donde nació Carlos Augusto Salaverry, el precursor del romanticismo peruano, el más lírico de los poetas piuranos. Ingrato destino, a este vate también le volaron la casa, según Teodoro Garcés: “La casa donde nació Salavery, estaba en la calle El Cuerno (hoy, Tacna). Fue demolida por la Municipalidad para ampliar los jardines de la Plazuela Merino”.

No todo es trabajo para el tractor y la picota. La literatura ha ayudado a devolverle la memoria a Piura.Francisco Vegas Seminario ha realizado sus mejores racontos sobre Piura Colonial en su novela “Cuando los mariscales combatían” al enmarcar los patriarcales tiempos de Don Bernardo Menacho:

Piura guardaba todavía su aspecto colonial. En los amplios y perfumados patios florecían las tertulias al caer las tardes, por las celosías de los balcones moriscos atisbaban las mujeres, chirriantes caleras atravesaban las estrechas calles conduciendo personajes linajudos, y recuas de asnos, orejones y flemáticos, caminaban al ritmo del brutal palo. Rodeaban la ciudad huertas cuajadas de árboles frutales: adonde acudían: en días feriados, gentes ávidas de hartarse de mangos, cuyas suculencias doradas tentaban, o de almibaradas chirimoyas y guayabas”.

La misma cotidianeidad ha tentado la prosa de José Vicente Rázuri para mostrarnos la irrupción de la vía férrea en Piura y la migración de extranjeros a comienzos del siglo XX: “Llegó a Piura, en 1908, representando la Casa Valenzuela de Antofagasta, don Enrique Cousirat, chileno listo, culto, simpático, conversador ameno y un tanto bohemio. Con quien primero trabó amistad fue con don Vicente Razuri, el hotelero del “Colon”. Cuando los negocios que lo habían llevado a Piura estaban arribando a su fin, don Enrique decidió retornar al Sur, a cuyo efecto debería viajar primero, a Paita. El tren partía a las 2 de la tarde. Cousirat, entonces, debía almorzar a las 12 del día, sobre poco más o menos, ingresó al comedor, tarareando una cueca, tomó asiento en su mesa de costumbre, pidió el menú y con él su cuenta. Solícito el mozo, informó de esto a Razuri, quien sumando y rezumando terminó por dejar lista la tira de papel que anotaba la cuenta del pasajero del N-9 . Como por aquellos tiempos solo se cobraba un sol diario por habitación y los precios en el restaurant eran bastante ínfimos, el promedio diario de gastos era de cuatro a cinco soles...y gracias. Mas como Cousirat gustaba beber whisky de 20 centavos copa y vino chileno de un sol veinte la botella, su deuda asumía nada menos que 84 soles redondos”.

Foto: Av. Arequipa-Pza. Fuerte. Piura 1900.

José Vicente Razuri ha captado en sus “Estampas Piuranas” todo ese “laissez-faire” de la vida urbana piurana, al revés de las “Estampas Mulatas” que José Diez Canseco delineara en “El Velorio”, descripciones más o menos agrestes del ambiente semi-rural en la periferia, en Tacalá, que nos da una magistral nota sobre Castilla (su hiterland) y de Piura: “Alta, clara, festiva, surge con lentitud dulce la luna inmensa. La noche se estremece con la lumbre de plata azulada y trina un concierto efímero de calandrias. Las palmeras mecen el péndulo gualda de sus hojas y por entre las ramas curvas de los tamarindos la brisa murmura sin palabras. El río, entre las cañadas, corre su agua lenta, espesa de noche, rizándose apenas con el vientecillo que viene jugueteando desde el desierto de Sechura. Río Piura, inmenso y pausado, que no puede calmar la sed de los escasos plantíos que vuelven los penachos de sus hojas hacia el rumor tranquilo de las aguas. Parece una mentira, pero la luna viaja también en las linfas oscuras y casi inertes. La ciudad de San Miguel de Piura duerme ya a las diez de la noche. En la Plaza Grau los árboles se mecen descabezando un sueñecito. De los morunos balcones soledizos, de las ventanas de las rejas forjadas, se desliza un silencio luminoso. No se sabe donde, altos, heráldicos, alegres, se empinan jardines eminentes”.

Foto: Av. Tacna. Piura 1900.

En el actual Centro Histórico de Piura que lo conforman el circuito de la Av. Loreto, la Av. Bolognesi, el Malecón Eguiguren, y la Av. San Teodoro (incluyendo el Cementerio), quedan aproximadamente más de 96 inmuebles que definen el Catastro Urbano Monumental de Piura, aún superviven increíbles tipologías de la arquitectura domestica piurana.
En Piura, durante la colonia, las casas-tinas, esas fábricas de jabón, se levantaron en los alrededores de la ciudad, estas empresas coloniales florecieron y más tarde se constituyeron en las haciendas. Este tipo de estas casas –haciendas- coloniales ya aparecen en el Plano de la Ciudad de Piura de 1783 que elaborará el Obispo de Trujillo Dn. Baltazar Jaime Martínez de Compañón, en el que se aprecian las cinco calles originales paralelas al curso del río, Iglesias, Conventos, Plaza, Casa de Cabildo, Hospital, Colegio, Cárcel, etc.

La descripción de López Albujar de “La Tina”, en 1816, es elocuente: “En ella nada de ostentación, ni estilo arquitectónico. Tras el claveteado portalón de la fachada un zaguán, con poyos de ladrillos paralelos, dividiendo, salomónicamente, el edificio en dos hileras de cuartos, la una mirando al sur, y la otra, al norte. Al centro, dos inmensos patios; al fondo, la corralada imprescindible”.

Foto: Av. Libertad y Jr. Ayacucho. Piura 1900.

En el Plano Topográfico de la Ciudad de Piura, levantado en 1847 por el Mayor Miguel Zavala se siguen describiendo “las tinas” en el otro lado del río y en el lado de arriba, lo mismo que el barrio Gallinacera, la Plaza de Toros y las chacras de Miraflores.

La referencia a la calle San Francisco y sus “casonas”, la más pegada al río, tiene un rol significativo desde los planos de Martínez de Compañon y el Mayor Zavala, pero alcanza en las descripciones de Francisco Vegas Seminario un estupendo realismo. Un gran realismo -casi verídico- referido al hecho arquitectónico: “la solariega mansión de los Cortes era una de las mejores de Piura. Construida a principios del siglo XVIII, tenía el estilo arquitectónico de la época. Una de sus características era la de poseer un balcón morisco, que daba a dos frentes: uno a la calle de San Francisco y otro al callejón perpendicular a ella, que desemboca en el río”. La otra se refiere al hecho urbanístico: “Recorrí la calle San Francisco, principiando por el Mercado, vacío y silencioso a esa hora bajo la paz de algarrobos centenarios, hasta llegar a la Mangachería, barrio de gentes impávidas, aficionadas a las jaranas con guitarra y cajón, a la chicha fuerte y a las algaradas turbulentas. Torcí luego hacia la calle Real, bajando hasta la Iglesia de La Merced y la de El Cuerno, paso a paso, como para engullirme con la vista cada casa, cada rincón. Y siempre bajo la luna, que me seguía como una vieja inspiradora de mis sueños, como la cómplice de mis aventuras”. Y como para no tener dudas de la importancia de la calle San Francisco, Vegas Seminario en otro aparte literario se refiere así: “dimos una vuelta a la Plaza de Armas, en cuyo centro se eleva la estatua de la Policarpa Salavarrista –la Pola se le llamaba a aquella mujerota mal tallada y enrumbamos por la calle Real, una de las mejores, después de la de San Francisco”.


Foto: Av. Arequipa. Piura 1900.




El fidelisimo seguimiento que J.E. Cheesman hace del itinerario de Abraham Valdelomar en Piura, desde que tomara el tren en la Estación de Paita, en la ambientación con los lugares entrañables, también el autor de Tristítia recorre las calles del Centro Histórico de Piura: “el Municipio, con las grandes arquerías de sus portales y, al lado, la Cárcel, mirando de frente a la estatua de la libertad. Hacía la izquierda la Iglesia Matriz –hoy Catedral- y el edificio de la Duncan Fox”.

Valdelomar se hospedó en su estadía en Piura en el Hotel Colon y vivió la “causerie” literaria imponiendo la moda de la camisa “sport”, los lentes quevedos con cintillo, clavel encarnado en el ojal del saco, pañuelo blanco en el bolsillo del pecho y cubría la cabeza con sombrero de fieltro ligeramente ladeado.
Valdelomar vivió en Piura una temporada agitada con un grupo de piuranos que cultivaron el quehacer literario, animando las costumbres tradicionales de la ciudad. Fueron frecuentes los paseos por los distintos barrios de Piura donde se podía admirar el tipismo de las viejas calles, angostas y polvorientas, con sus casas de paredes convexas, semidestruidas por el terremoto de 1912. En los periódicos de la época, dan noticias, del escandalo literario de Valdelomar en Piura. Entonces, Piura ya era, también, una ciudad cosmopolita. Los paseos por Piura en busca de temas literarios, según los recuerdos de José Vicente Rázuri, siguieron casi ininterrumpidamente. Solía salir a pasear por la Plaza de Armas, se sentaba en algunas de las bancas que están frente a la Iglesia Matriz, debajo de los grandes ficus y un centenario algarrobo. A su vista estaban los veinticuatro tamarindos que, en la epoca de Balta, sembrara el Alcalde Reusche. La Plaza estaba siendo embellecida con claveles, mastuerzos, malva olorosa floripondios, rosas blancas y campanillas.
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Foto: Calle Ica y Arequipa. Piura 1900.

Piura siempre fue un buen pretexto para el imaginario popular. Aunque la literatura que se refiere a esta ciudad ha sido siempre realista y exacta con sus calles y casas. Las imágenes más increíbles obtenidas al cruzar la región de los médanos, son las de Mario Vargas Llosa en La Casa Verde que describe el acontecimiento urbano y lo geológico más resaltante: “armado de arena, sigue el curso del río y cuando llega a la ciudad se divisa el curso del río y cuando llega la ciudad se divisa entre el cielo y la tierra como una deslumbrante coraza. Allí vacía sus entrañas: todos los días del año a la hora del crepúsculo, una lluvia seca y fina como polvillo de madera, que solo cesa al alba, cae sobre las plazuelas, los tejados, las torres, los campanarios, los balcones y los árboles, y pavimento de blanco las calles de Piura. Los forasteros se equivocan cuando dicen “Las casas de la ciudad están a punto de caer”: los crujidos nocturnos no provienen de las construcciones, que son antiguas pero recias, sino de los invisibles, intocables proyectiles minúsculos de arena al estrellarse contra las puertas y ventanas. Se equivocan, también, cuando piensan: “Piura es una ciudad huraña, triste”. La gente se recluye en el hogar a la caída de la tarde para librarse del viento sofocante y de la acometida de la arena que lastima la piel como una punzada de agujas y la enrojece y llaga, pero en las rancherías de Castilla, en las chozas de barro y caña brava de la Mangachería, en las picanterías y chicherías de la Gallinacera, en las residencias de principales del Malecón y la Plaza de Armas, se divierte como la gente de cualquier otro lugar, bebiendo, oyendo música, charlando. El otro aspecto abandonado y melancólico de la ciudad desaparece en el umbral de sus casas levantadas en hileras a los márgenes del río, al otro lado del Camal”.

Creo, así mismo, que el capitulo de La Casa Verde “Una calurosa madrugada de diciembre arribó a Piura un hombre”, es de los que mejor describe la ambientación de cierto sector de Piura: el recorrido increíble del viejo Puente hasta la Plaza de Armas, y la entera iluminación del sol piurano que además deslumbró a López Albujar: Y es que “en la tierra piurana todo lleva el sello del sol”. Asegurá en Matalaché:

“La mitad de lo que se hace en Piura es obra el sol: los cuadros rembrandtnescos de Merino, las épicas hazañas de Grau, los rasgos de valor temerario de La Cotera, la vida borrascosa y romancesca de Montero, el marino, las audacias pictóricas de Montero, el pintor, el lirismo ardiente de Carlos Augusto Salaverry, el parlamentarismo idealista de Escudero, la estupenda impavidez de Aljovín ante el férreo bloque de una escuadra... El sol piurano estuvo siempre en el alma de todos estos hombres; en los colores de sus telas, en el heroísmo de sus hazañas, en el romanticismo de su vida, en el acento de sus cantos, en el ideal de sus pensamientos, en el ímpetu de sus arrestos militares...”

Foto: Av. Arequipa y Av. Huancavelica. Piura 1900.


Recordaré también que Sigfredo Burneo Sánchez en su reciente publicada “Cronicas de los olvidos” refiere, que una ciudad como Piura puede mirase con “ojos nuevos pero siempre viejos, siempre en deuda con el pasado, con los adioses, con lo que ya no era, con lo que se nos estaba escapando sin que nos diéramos cuenta cabal de ello”. Piura actual, es una ciudad que vive aceleradamente un discutible proceso de urbanización que está destruyendo su patrimonio cultural, evitemos desde ahora los “espantosos presagios detrás de las esquinas del olvido”. Y no terminemos metafisicamente hablando , como el mismo Burneo, en su propuesta contestataria: “Odiando minuciosamente las calles de esta ciudad”. O, también, recordemos, aquella hermosa sentencia de Juan Luis Velázquez Guerrero, que yo he recordado siempre desde mi adolescente transitar por las calles de Piura: “Qué soledad sin soledad siquiera”.



Plano topográfico de Piura del Mayor Miguel Zavala, tomado del Atlas geográfico de Paz Soldán, 1865.

Friday, February 03, 2012

Constructive criticism: the week in architecture / Steve Rose

 theguardian / Culture / Art and design

Constructive criticism: the week in architecture

Camelot comes to Cockfosters (maybe), Frank Gehry's Signature Theatre opens and the World Trade Centre site struggles with a design flaw
The Stone
Arthurian legends in Enfield Park ... Råk Arkitektur's design for The Stone. Photograph: OMPP
"Camelot!"
"Camelot!"
"Camelot!"
"It's only a model."
Monty Python and the Holy Grail might just have got it right. What other explanation can there be for images of a striking crystalline edifice that appeared online this week, purporting to be a new centre for all things Arthurian, built on the newly discovered ruins of the original Camelot – in Cockfosters, north London.
Surely this can't be for real? The Stone is a 36-metre-high shard of mirrored glass intended for Enfield Park, apparently designed by Swedish architects Råk Arkitektur. As the name suggests, it was inspired by the rock from which King Arthur pulled Excalibur. A sword-like shaft of light will pierce the cavernous interior, which will host "a multi-faith meeting place and a cultural centre".
Råk's name (pronounced "rock") and flimsy website aren't entirely convincing. Nor is the foundation behind the project, the spurious-sounding Organisation for the Protection of Mythological Monuments. Their website at least includes a phone number. At the end of the line is a young-sounding "designer" called Tom Gottlieb. He claims there's just as much evidence pointing to King Arthur's seat being at the end of the Piccadilly line as there is for it being at, say, Tintagel, and that Enfield council have been "receptive" to their idea. Come on, it's all a hoax, isn't it? "Well, Camelot is a myth," says Gottlieb cryptically. In other words, this could just be a speculative publicity stunt by some under-employed designers – in which case, well done. It worked.

One World Trade Centre tower  
Design flaw ... The One World Trade Centre tower has a loading bay problem. Photograph: Spencer Platt/Getty Images
Less of a laughing matter is New York's World Trade Centre site. Work has ground to a halt on the 9/11 Memorial Museum, which is unlikely to open on 11 September this year as planned. Two World Trade Centre and Three World Trade Centre, the skyscrapers designed by Norman Foster and Richard Rogers, have also apparently stalled owing to lack of tenants.
And this week, a "design flaw" emerged in the centrepiece "Freedom Tower", or One World Trade Centre. The problem is that the temporary subway station nearby is in the way, so they can't finish the building's underground loading bays, which means tenants can't fit out their space in the 104-storey building. Five temporary loading bays have had to be built, above ground, at much extra cost (now estimated to have climbed to $3.8bn). "Several years ago there was a design miss," admitted Port Authority director Patrick Foye. "Should it have been caught? The answer is, 'probably'."

Signature Theatre by Frank Gehry  
Curtain up ... A model of Frank Gehry's Signature Theatre, which has opened in New York
Faring considerably better in New York these days is Frank Gehry. His own plan for a performing arts centre for the World Trade Centre site has been on ice for years, but at least he got his rippling Spruce Street skyscraper completed last year, and this week the new Gehry-designed Signature Theatre opened on Pershing Square. It's not distinctively Gehryesque on the outside, but fashionably open and stripped down on the inside, with three new stages among its features.
What's more, at the opening, New York mayor Michael Bloomberg spontaneously pledged to get 10 more Gehry projects off the ground in New York before he leaves office in two years' time. That's the kind of news every architect wants to hear, though it'll take some doing. "If my math is any good, Frank, that is one every 70 days," Bloomberg pointed out to his starchitect buddy. "So we should meet some time later today to get going." Perhaps he could knock out some loading bays?
A good week also for Zaha Hadid, who yesterday announced that she is to build the new Central Bank of Iraq headquarters in Baghdad – her first project back in her home country. No details as yet, though it's some way from the European culture palaces she's used to designing. The existing Central Bank came under heavy attack in June, in an audacious attempted robbery by armed militants and suicide bombers.
And finally, the most cheering news for architecture fans must be the restoration and reopening of Mies van der Rohe's Villa Tugendhat, in Brno, Czech Republic. One of the most pioneering designs of modernism, whose opulent onyx walls, iconic furniture and free-flowing spaces still look state-of-the-art today – if not the spartan bathroom fittings. Destined to become an architectural pilgrimage site, it opens to the public in a month's time.

Ver: 
http://www.guardian.co.uk/artanddesign/2012/feb/03/constructive-criticism-camelot-cockfosters

Thursday, January 19, 2012

PURUCHUCO/ JORGE EDUARDO EIELSON

PURUCHUCO / JORGE EDUARDO EIELSON




Puruchuco*
Jorge Eduardo Eielson


Mi primera reacción cuando fui invitado a escribir este texto fue de perplejidad. Por dos razones: la primera, porque nunca antes me había ocupado de cuestiones arqueológicas —a pesar de mi vieja pasión por la materia— quizás debido a un comprensible respeto por una disciplina tan vasta y compleja; la segunda, porque precisamente durante mi retorno al país, después de una ausencia que ya suma décadas, había sentido por primera vez la necesidad imperiosa de «decir algo» yo también sobre esa fabulosa dimensión subterránea que constituye quizás nuestra verdadera patria. Ante la alternativa, no me quedó más remedio que resolverme a favor de este texto. Pero de inmediato, una pregunta se me presentó nítidamente en el espíritu: ¿Qué podría decir yo de Puruchuco? ¿Qué podría agregar a cuanto ya se sabía y había sido tan bien esclarecido —hasta donde los conocimientos actuales lo permiten— por la inteligencia, el estudio y el amoroso empeño de arqueólogos y estudiosos de arquitectura prehispánica? ¿Emitir un juicio puramente estético, desde una angulación contemporánea, coma corresponde a la óptica de un artista de nuestra época? ¿Por qué no? Pero ¿sería suficiente, y tendría acaso validez histórica una pura aproximación estética, tan sólo por ser fechada en 1978? El tema me parecía demasiado amplio para que alguien pudiera lanzar caprichosamente su propia opinión, prescindiendo de los necesarios fundamentos requeridos por la materia. Sin embargo, otras verdades fueron para mí muy claras al mismo tiempo. Cuántas veces, visitando algún museo, europeo o local, alguna colección pública o privada, o simplemente un anticuario, había constatado con euforia que mis propias apreciaciones sobre la autenticidad, época, cultura, autor o nivel cualitativo y estético de ciertas piezas coincidían —e incluso, a veces, iban más allá— de las de las expertos más o menos oficiales. La euforia —claro está— no era debida a un banal orgullo, sino a la profunda alegría que me causaba el reconocimiento inmediato de una entidad histórica y artística. La intuición poética, ciertamente, me ayudaba mucha en ella, y no pretendo negarlo. Una larga experiencia, conjuntamente con mi formación artística, igualmente. Pero para formular la más leve teoría o emitir el más mínimo juicio de valor, era necesario poder sustentarlo sobre bases antropológicas y arqueológicas que yo no poseía. No bastaba mi conocimiento directo del lugar, por cierto, ni el de los demás sitios arqueológicos por mí visitados, ni las muchas lecturas que durarte años he frecuentado sobre la materia, ni mi añejo amor por los objetos arcaicos prehispánicos. Prueba sea mi despertar en ese terreno, hacia mediados de las años cuarenta, apenas cumplidos los veinte años, cuando comencé a recoger algunos textiles que me deslumbraron por su perfección y misteriosa belleza. Y pruebas mayores sean aún las de la distancia y el tiempo; después de treinta años de ausencia del territorio natal, mi curiosidad y mi deleite siguen intactos, e incluso han despertado otras zonas de mi conciencia y provocado una profunda inquietud ancestral. En una palabra, ya no contemplo las huellas de nuestro pasado desde una determinada distancia, temporal o espacial, sino que trato de colocarme inmediatamente en el nivel de las mismas. Ya no soy el fruictor individual que consume/devora los restos de un grandioso festín al cual no ha sido invitado. No son solamente los muros ciclópicos, los increíbles sistemas de irrigación, los fastuosos atuendos, los refinados ceramios o la textilería —cuya variedad y hermosura no han terminado de asombrarnos— los que solicitan toda mi atención. Si bien ello sigue siendo traza indeleble a través del tiempo, es sobre todo su calidad de signo la que más puede acercarnos a la nuez del enigma, y por lo tanto procurarnos una mayor emoción estética.


 
Si consideráramos estos restos como los signos materiales de un lenguaje desconocido, nuestra percepción y conocimiento de las culturas prehispánicas quizás se iluminarían con una luz diferente. Si aceptamos la genial intuición borgiana del lenguaje como doble del universo, podemos también —haciendo la operación inversa— considerar los petrificados reinos antiguos como dobles del lenguaje. Si tenemos en cuenta, además, que tan brillantes culturas aparecen, florecen y mueren sin dejar trazas de una lengua escrita, se hace plausible una teoría que clasifique y ordene los restos antiguos con criterio semiológico (1). De otra manera, tales restos seguirán escapando a nuestra comprensión, a nuestros inmóviles patrones mentales. Y por cuanto dicho método sea ciertamente la quintaesencia del pensamiento occidental, sería sin lugar a dudas la primera vez que una disciplina de este tipo conjugaría la computadora electrónica con la más intrincada simbología del vestuario, la alimentación o las costumbres funerarias en las sociedades prehispánicas. La mayor tarea, claro está, sería el ordenamiento de los múltiples datos, subterráneos o no, surgidos directamente de la experiencia, hasta conformar ese alfabeto de base, ese código primordial que nos permita recuperar una sintaxis y una semántica perdidas.
 
Escribir sobre cualquier cosa es ya tomar distancia con respecto a la motivación de esa misma escritura. Entre el acto de escribir y el resto del existir hay la misma diferencia que entre el mapa y el territorio de que habla Korzibsky en su famoso «Ensayo de Semántica Generalizada». El primero no es sino el esquema del segundo (con todo lo que ello implica de congelado y virtual a un tiempo, bajo una altanera apariencia de seguridad y exactitud). La escritura supone siempre una agonía y ella es ciertamente la agonía de la humildad, en primer lugar. No hay comunicación posible sin servilismo de un lado y señorío del otro. Quien utiliza el pensamiento escrito —aún en su acepción más noble— para condicionar el pensamiento de los demás, comete una suerte de lento asesinato del pensamiento colectivo. La represión de la escritura por otra parte —que los escritores denuncian con legítimo derecho— no contradice esa aserción: se trata del mismo y único fenómeno, visto desde la domestica esquina del individuo que escribe. Ni en un caso ni en el otro brilla la famosa palabra libertad. Y la retórica de la libertad puede ser tan deletérea como su propia ausencia. Escribir —salvo en la transmisión de conocimientos racionales o informaciones concretas— es siempre, por lo tanto, una protuberancia del yo (en el mismo sentido de las protuberancias, llamaradas o manchas solares) que amenaza constantemente la existencia del pensamiento colectivo, satelizado por esta hinchazón privada que prolifera en proporción directa con la difusión de la imprenta. El auge del individualismo, a partir de la revolución gutembergiana, lo dice bien claro.

 
Escribir sobre Puruchuco es por lo tanto una de las tantas formas para conocerlo, aunque quizás la más mediatizada y alienante. Pero ¬conocer Puruchuco no es solamente trasmitir a un grupo de lectores una serie de informaciones, filtradas por la historia y por la documentación contemporánea, sobre su naturaleza arquitectónica y sus variadas funciones a través del tiempo. Por ello antes de seguir adelante, es necesario deslindar el territorio de la escritura acerca de esta edificación de los demás campos de conocimientos en que éste se manifiesta. A tal propósito he establecido los que me parecen, sus más amplios niveles perceptivos, y que he ordenado así: a) la PURUCHUCO VIVA, en el esplendor de sus múltiples funciones y la perfección de su estructura, como fue vista por primera vez por quien probablemente fue su encomendero: Miguel de Estete de Santo Domingo de la Calzada; b) la PURUCHUCO EN RUINAS, es decir antes de la consolidación y puesta en valor realizada por Arturo Jiménez Borja y sus amigos; c) la PURUCHUCO RESTAURADA, tal como la vemos hoy día y que se pues visitar desde 1961; d) la PURUCHUCO FOTOGRAFIADA, como aparee en la secuencia fotográfica de José Casals que se expone en este volumen; e) la PURUCHUCO ESCRITA, a que aludía al comienzo de esta reflexión, y que es la única que realmente me compete, pero que no puede ignorar el contexto «estratigráfico» en que se manifiesta integralmente.
Sobre la PURUCHUCO VIVA bien poco se puede decir, sin caer, justamente, en el nivel de la propia (o ajena) escritura. Con referencia a su nombre hallamos esta anotación de Arturo Jiménez Borja:
Puruchuco es nombre quechua y quiere decir «casco emplumado», sombrero de plumas o algo semejante. Pedro Cieza de León lo da a entender en su crónica «Del Señorío de los Incas», al describir en el capítulo VII el atavío de un joven participante en el ceremonial de la pubertad. Allí dice: «y encima se ponía un bonete de plumas cosido como diadema, que ellos llaman Puruchuco».

 
Y algo más adelante, refiriéndose a su función:
Puruchuco en sus primeros tiempos debió funcionar como una casa hacienda. Por la mañana su gran patio acogería a hortelanos y regadores en procura de órdenes del chacra camayoc o mayordomo. En las épocas de recolección quizás los peones presentarían al amo las primicias del campo, lo mejor de la producción. El gran patio pudo servir para hacer mercado. Mujeres de la orilla del mar traerían pescado fresco o seco para cambiar con fruta o ají de la parte alta del valle. De lo que hoy es San Mateo y Matucana debieron llegar rebaños de llamas con lana, mantas y ropa para trocar con camarones, algodón o fruta. Este espacio de la casa seguramente sirvió a propósitos de sociabilidad permitiendo no sólo intercambiar productos, sino también noticias, ideas y sentimientos. Pudo servir para hacer fiestas, reuniendo a las parentelas que vivían diseminadas por lo ancho del valle y permitir que los jóvenes se conocieran y se hicieran los primeros contactos transformados más tarde en lazos familiares duraderos. Así el patio debió de llenarse de órdenes, de voces rumorosas, de sones de fiesta, de risas y suspiros. También pudo servir de gran receptáculo de lágrimas en los funerales y las largas lamentaciones que les seguían. La casa toda, recogida al pie de la montaña, tiene en este gran patio un tímpano sonoro en donde la voz del hombre y de las flautas cobran claridad y transparencia no igualadas.

Acertada observación sobre una antigüedad que debió ser, en efecto, un espacio vivido con sencilla armonía, según refiere el padre Bernabé Cobo en su «Historia del Nuevo Mundo» Libro XIV cap. IV, cuando asegura que «en las fiestas principales comía en público todo el pueblo en el patio del cacique». Colocada así, a una distancia cronológica precisa, con fundación pre inca como casa de campo, villa o palacio campestre para gusto y regocijo de un señor yunga, Puruchuco afronta las vicisitudes de la historia modificando sus funciones, primero durante la expansión inca —cuando funge quizás de centro de distribución de una comunidad local— y luego, a la llegada de los conquistadores, cuando cae bajo dependencia del encomendero Miguel de Estete como guardiana de esas tierras que una vez fueran de sus propios hijos.
 
El drama de Puruchuco parece así consumado. La sombra de Pizarro cae sobre la espléndida morada hasta casi borrarla de la memoria humana y es un milagro que la noble sangre derramada en el Cuzco y Cajamarca no tiña sus paredes. El espectáculo verbal de la PURUCHUCO VIVA —apenas sustentado por algunos valiosos documentos— se cierra así dramáticamente, dando paso a una PURUCHUCO EN RUINAS apenas entrevista por ojos extraños. Pero estos vestigios han podido gozar de un privilegio raro: el de ser descubiertos inmediatamente —aunque su fecha de catastro sea anterior— por ojos sensibles y una voluntad predeterminada de rescate que ningún otro resto arqueológico de nuestro país ha tenido la suerte de conocer. 

Por ello mismo, nada o casi nada sabemos de su aspecto exterior en ese preciso momento, aparte de la modesta serie de fotografías que de ellos fueron tomadas. A este propósito hay que señalar la sutilísima y exacta diferenciación establecida entre la ruina y la restauración. Donde aquella termina —después de haber definido con nitidez su alto rango estilístico— y cede implacablemente ante las injurias del tiempo, comienza con sencillez el justo remiendo que la devuelve a nuestros ojos de manera plausible. Así los peligros del falso y de la torpe compostura han sido igualmente evitados. Pero la ruina —la venerable edad, la estirpe abatida— rezuma de otras verdades secretas que la oficialidad de la historia no consigna. Hay en ella como una película de tiempo acumulado, costra de antiquísimas heridas de¬ las que sólo parecen escapar algunos cántaros vacíos, y esos objetos eternos que son las esteras, puesto que la tradición artesanal de los antiguos peruanos no morirá nunca, a pesar de las feroces leyes consumísticas y la nivelación de las costumbres. Tales esteras retienen en la absoluta simplicidad de su forma y su materia toda la dignidad y la ternura de una raza. Que el episodio referido por Arturo Jiménez Borja nos sirva de ejemplo a este respecto:

 
En una página escrita por Pedro Pizarro se toma conocimiento de la importancia que estas esteras tuvieron en la antigüedad. Según el relato, estando frente a frente el Príncipe Atahualpa y Hernando de Soto en Cajamarca, el primero no se digna responder a los muchos parlamentos que le hace de Soto en nombre de Pizarro. Más llega un momento en que Atahualpa rompe su hieratismo de ídolo y violentamente enrostra a de Soto «el desacato que habían tenido en tomar unas esteras de un aposento donde dormía su padre Huayna Cápac cuando vivía». Atahualpa no le pide cuentas de los muchos y repetidos agravios recibidos de los españoles desde que entraron al país: el ranchear, el torturar a curacas y principales, el abrir en Caxas una casa de recogimiento y cometer la barbarie de entregar las muchachas a la soldadesca. Nada de esto rompe su aparente compostura. Será el reclamo de las esteras lo que turbe y agite al príncipe peruano. Es que las esteras estaban transidas de sentimiento. Por no haber muebles en la casa, sobre ellas se reposaba, se conversaba, se recibía amigos y parentelas, se jugaba con los niños, etc. Ellas representaban la alegría de la vida, el afecto compartido, la dulzura, la paz.

Así las bellas obras avizoradas por los cronistas fueron convirtiéndose en polvo. Durante siglos la casa en ruinas lanzó señales de alarma, como una nave hundida entre la verdura adyacente y la ladera de una seca montaña. Tales mensajes fueron finalmente captados en 1953.
 
La PURUCHUCO RESTAURADA, que actualmente podemos visitar, está situada a la altura del km. 4.5 de la carretera central, Distrito de Ate, Departamento de Lima, margen izquierda del río Rímac. Se trata de las mismas ruinas originales, amorosamente limpiadas, consolidadas y puestas en valor por el ya citado Arturo Jiménez Borja. Esta obra posee la modestia de las cosas que realmente hacemos con amor. El mismo autor confiesa su inexperiencia con orgulloso candor:

En verdad tuvimos que aprender mucho de los campesinos. Se aprendió a diferenciar tierras, a hacer barro, adobes, a enlucir paredes, a disponer pisos y hasta techar ambientes. Muchos de estos conocimientos los obtuve recorriendo la campiña y preguntando cómo se hacían las cosas. Cuando veía una pared de barro bien enlucida me detenía y obtenía del orgulloso propietario una magnífica lección. Los albañiles de Lima trabajan con yeso, cemento, cuarzo, etc. Desconocen las viejas técnicas. Los peones de que disponía eran oriundos de la Sierra y allí las técnicas son otras, en especial piedra y barro...

 
Toda esta humilde universidad del barro y de la tierra, de la «quincha» y del enlucido, ha sido necesaria para restablecer su esplendor a esta vieja morada (2). Porque si bien todo en Puruchuco denota calma y dignidad señoriales, también nos indica de manera cabal la satisfacción de un saber vivir con equilibrio las exigencias más íntimas, alternadas con las objetivas necesidades de los demás. La concepción misma de la casa señala y precisa este concepto: de un lado el gran espacio diurno, abierto y destinado a la vida en común, ni grandioso ni declamatorio, pero sí dotado de una armoniosa y quieta proporción; del otro, el espacio nocturno, cubierto, recogido sobre sí mismo y dividido en varias cámaras no comunicantes que aseguran una perfecta intimidad y reposo. Y todo esto diseñado con mano maestra, con variedad y simetría, con la ortogonal elegancia y la pureza de líneas de un Mondrian. La restauración restituye actualidad y vigencia a lo que el tiempo ha desfigurado, sin alterar su esencia. De otra manera todo ese perfume de verdad estaría perdido y ningún texto, foto u observación directa habría podido discernir la remota y feliz existencia de un grupo humano entre sus muros. Esta arquitectura indígena posee además la virtud de llenarnos de una tranquila alegría, debida quizás a su disposición horizontal. Al revés de las más importantes construcciones de occidente —señaladamente verticales y en contraste con el entorno natural— las edificaciones prehispánicas de la costa peruana despliegan sus volúmenes, rampas, pasadizos y murallas con la misma tranquila naturaleza de una cascada al borde de un valle sembrado de maíz y algodón. Todo un sistema de planos y graderías, de llenos y vacíos, de plataformas y superficies lisas y ásperas componen un universo de color tierra íntimamente ligado al ambiente y destinado al amor y a la convivencia con los demás. Ejemplo de solidaridad y de paz interior a un tiempo; Puruchuco tiene el muy humano privilegio de no haber servido a otra cosa ni a otro dueño que a su simple señor y habitante. A diferencia de otras construcciones de las costas del Perú —como la inmensa Chan Chan, el gran santuario de Pachacamac o el pequeño, inefable Huaycán, entre otros ejemplos— Puruchuco nos da la medida del antiguo peruano de la costa y nos pone en contacto con su dimensión cotidiana. Pueblo digno, paciente y dotado de una inagotable creatividad, hoy puede ya contarse entre las más fascinantes civilizaciones de la tierra. Pero si bien sus múltiples formas de expresión podrían ser suficiente para adjudicarse un lugar de relieve en la historia del hombre, ellas no son sino los signos reveladores de un pensamiento infinitamente más complejo y refinado de cuanto suponemos. Es en las raíces más arcaicas de estas culturas, en sus geniales elaboraciones matemáticas a partir de ciertos signos estelares, largamente observados y domesticados, hasta formar parte de su vida cotidiana; es en calidad de una visión cósmica diversa —que el racionalismo occidental no logra aún discernir— en donde reposa un ordenamiento tan preciso y esencial como el de Puruchuco. Ejemplo único de casa particular preinca restaurada, Puruchuco es ciertamente uno de los más perfectos ejemplares de esta arquitectura recuperada por la mano del hombre. Su rescate en todos los niveles incluye también el del objetivo fotográfico. La PURUCHUCO FOTOGRAFIADA por José Casals señala el ingreso de la tecnología moderna en el área de la mansión indígena, y la pone al servicio de estos venerables vestigios.
 
Si bien la fotografía más reciente tiende a constituirse —y lo es ya de hecho— en uno de los más sutiles «media» creativos de la época, ella es al mismo tiempo —con igual violencia que el cine o la televisión— uno de los más alienantes instrumentos de la sociedad de consumo. El incesante flujo de imágenes que caracteriza a nuestra época tiene en el objetivo fotográfico su más aguerrido, viejo y tenaz ¬aliado. No hay obra fotográfica que no esté amenazada por su propia naturaleza masiva. Una bella imagen está expuesta a la mejor como a la peor suerte. Ello depende solamente de lo que esa misma imagen encierra de genérico o de particular. Por ejemplo, una manzana fotografiada sobre yerba verde puede igualmente servir como slogan visual para una marca de conservas, como puede también —es el caso de un trabajo mío realizado hace algunos años— contener un principio lírico, particular, inalienable. En este caso, la didascalia relativa, voluntariamente tautológica e inútil, dice así: «Una manzana roja sobre la yerba verde / Es una manzana roja sobre la yerba verde». La ambigüedad de la imagen fotográfica no está, pues, en lo que ella «es», sino en lo que ella propone, o quiere decir, aunque a fin de cuentas «parezca» otra cosa. Los nuevos artistas del objetivo saben muy bien esto, como también saben que, por primera vez, desde el descubrimiento de la pintura al óleo, la fotografía puede convertirse —y ello está ocurriendo con alarmante rapidez— en una de las más estériles y vanas academias. La sociedad de consumo no sería —en escala multiplicada— sino la misma caja de resonancia de la Florencia del siglo XVI con sus múltiples bodegas y «scuole» en donde se plasmaban los nuevos artistas de la paleta. El peligro manierista y académico adviene siempre cuando se utiliza un lenguaje (en realidad la comparación con el lenguaje verbal es inexacta) de probada eficacia, cuya gramática puede ser enseñada y aprendida por cualquiera. La ¬fotografía y la pintura son dos actividades como otras tantas. No necesariamente todos los que las ejercen son artistas. En el mejor de los casos —como en la FIorencia del «cinquecente»— los pintores de oficio, «i mestieranti», son los más difundidos, mientras que las grandes obras, y sus autores, son vapuleados por príncipes, banqueros o papas, según las épocas. La gloria de estos creadores aparece permanentemente mancillada por su condición de siervos de las clases dominantes. Pero si la alternativa parece igualmente improbable, es decir, escapar a la tiranía del capital —principesco entonces, industrial hoy— para caer bajo el yugo de un estado despótico y nivelador, como es el caso de la política cultural en los países socialistas, la única salida para los verdaderos artistas es la toma de conciencia cada vez mayor de su propio rol subversivo dentro de sociedades históricamente taradas, enfermas de la galopante gripe consumista. En este punto no me queda sino hacer estas observaciones de Dwight Mac Donald en su célebre ensayos «Masscult y Midcult»:

 
Una obra de cultura superior aun cuando sea decadente, expresa sentimiento, ideas, gustos y modos de ver una determinada idiosincrasia y el público reacciona a su vez de manera individual. Además, tanto el creador como el público aceptan criterios de valor, que pueden ser más o menos tradicionales. A veces lo son tan poco que resultan revolucionarios, aún cuando Picasso, Joyce y Stravinsky han conocido y respetado las conquistas del pasado mucho más que sus contemporáneos académicos. Se pueden interpretar sus obras como un heroico retorno a fundamentos más antiguos y más sólidos que habían sido sepultados por las baratijas puestas a la moda por las academias. La «Masscult» es indiferente a cualquier criterio de valoración. Tampoco existe ninguna comunicación entre los individuos. El que consume «Masscult» puede hacerlo como quien come un helado y el que produce «Masscult» se expresa a sí mismo tanto como los «stylists» que diseñan las más recientes atrocidades de Detroit.

En nuestro continente —por fortuna aún a la zaga en cuanto a cultura de masa se refiere— el poder alienante de los nuevos «media» no ha llegado todavía al paroxismo que se observa en las sociedades avanzadas. En esta casi virginal reserva de caza, las imágenes poseen una extraordinaria carga de verdad que ningún fotógrafo o camarógrafo puede ignorar. Puesto que no ha habido verdaderos creadores visuales desde los tiempos prehispánicos, tampoco hay todavía un ojo puro capaz de captar el substratum de un pueblo y una cultura en evolución. Y ello porque este pueblo y esta cultura no son una continuación sino la descompuesta carrera de un improvisado caballero sobre un caballo europeo. Las espuelas de plata colonial ya no existen. Las riendas tampoco. Y la cabalgadura parece librada a su propio destino, y sin meta alguna. Millares de peruanos —sobre todo los limeños, con penoso ahínco— añoran y aspiran a un europeísmo postizo, y dan la espalda a un auténtico pasado, sin el cual ningún futuro es posible. Gran parte de la tradicional visión de los vencidos es, precisamente, la de no querer ser lo que son sin poder jamás llegar a ser lo que quisieran ser. El drama se abre, pues, con la llegada de la espada y de la cruz, aunque en realidad el sol prehispánico no se haya puesto todavía.
 
Sol, constelación, signos astrales, criaturas celestes que la imaginación indígena siempre ha colocado en el vértice de la pirámide cultural precolombina. El calendario azteca, las construcciones mayas, los observatorios astronómicos Chavín, los tejidos de Paracas, las líneas de Nazca, etc., no son sino los fragmentos de una portentosa cosmogonía americana cuyos orígenes son aún inextricables. El paisaje mismo contribuye a esta perfecta comunión entre el hombre, la tierra y el cielo. Quizás ningún lugar del planeta posea esa magnificencia espacial que asegura un contacto tan intimo con el universo. Además, la piedra de los Andes, las arenas de la costa y la suntuosidad de la selva bastan para conformar un mundo de materias insólitas que el trajín de la historia ha transfigurado en otras tantas manifestaciones artísticas. Un arte cuya motivación fundamental no fue nunca el ornamento ni la complacencia ni el alarde individual, sino que nació de lo más sagrado del hombre, es decir, de su raíz cósmica, y por lo tanto del sentimiento y la idiosincrasia de todo un pueblo. Ningún cisma entre lo colectivo y lo individual son perceptibles en sus ordenamientos sociales y ello se refleja en sus obras. Puruchuco es ejemplar en este sentido. Su tersa arquitectura ha sido pensada desde adentro, a la manera de una estructura molecular que se desarrolla a partir de un núcleo y se detiene en donde el equilibrio dentro/fuera cae con precisión, como en una balanza.

 
José Casals ha detenido su objetivo en ese mismo punto. Allí donde el puro juego de luces y sombras, de planos y perspectivas, de volúmenes y espacios modulados podrían invitar a un simple festín visual, a una gratuita delectación de la retina, invitan en cambio a la meditación y al sosiego. La morada de tierra trasciende a la dignidad de la arcilla cuando la toca la luz y la rescata de la informe sombra primordial. Pero la sombra, a su vez, balancea el peso de la luz y se derrama en el espacio intraestructural para hacernos visible el silencio. 
Y ciertas animaciones, ciertas vibraciones de la textura mural, ciertos ángulos y estudiadas perspectivas, corresponden con precisión a la matemática elegancia del conjunto. El alma del antiguo peruano de la costa fue una extraordinaria combinación de exactitud —hija de la observación de las estrellas— y de paciente amor a la vida —hijo de la observación de la tierra.
 
La fotografía en blanco y negro, además, corresponde bien a estas dos coordenadas: la óptica y la interior. La mirada de Casals es una sola con la máquina, porque la máquina no es sino un lente, y la PURUCHUCO FOTOGRAFIADA una realidad de papel impreso que no tendría ninguna otra razón de ser si, en primer lugar, no lo fuera para Casals mismo. Su Puruchuco no es la Puruchuco «tout court» del turista. Ni siquiera la de Arturo Jiménez Borja, ni la mía, ni la de nadie. Su Puruchuco es una exclusiva conquista de su mirada, detenida justo en el instante en que ella accede al pensamiento moderno. El infinitesimal pasaje de lo antiguo a lo actual, de lo arcaico-¬estático a lo inmediato dinámico, del adobe a la electrónica, se realiza en esa milagrosa fracción de segundo. Y es ese instante sin tiempo —que la máquina concibe gracias al artista— el que nos emociona y nos coloca instantáneamente fuera del contexto histórico. La anulación del tiempo equivale al silencio. Y el silencio de Puruchuco se escucha también con los ojos, como lo demuestra José Casals.
 
Muy poca cosa es la palabra que no pretenda ir más allá de ella misma. Aunque los signos verbales, a su vez, no puedan sustituir a la realidad concreta. El lenguaje es una convención y como tal, como cualquier código inventado por el hombre, obedece a precisas leyes estructurales. Los más arcaicos ideogramas egipcios proceden de las observaciones celestes y aunque sus correspondientes jeroglíficos son más tardíos, de ellos deriva el alfabeto fenicio, tabla fundamental de nuestras lenguas occidentales. Utilizamos desenvueltamente —en la vida de todos los días, como en la escritura de un poema— entidades de origen astral, signos que —aparte de su sonoridad y grafía— son en realidad cifras. Los signos fenicios, que dan origen al hebreo y al latín, se multiplican luego en familias diferentes, pero no modifican en lo esencial su remoto origen. Como en las fantásticas utopías verbales de Jorge Luís Borges, el saber total de la humanidad podría perfectamente caber en una sola, hipotética cifra que corresponde al número igual de letras del alfabeto, sometido a un super sistema combinatorio total. Valiéndose de otros medios —justamente, debido a la insuficiencia de la escritura— los mismos egipcios edificaron la Gran Pirámide, suma aún indescifrada del saber total de la época y que hoy podría considerarse como la más sofisticada computadora de todos los tiempos. La escritura no es sino un puente precario entre dos realidades tradicionalmente antagónicas: de una parte, el mundo del Yo (o sea el de los orígenes, si se tiene en cuenta la transfiguración de la cifra cabalística 10 —módulo matemático presente en las antiguas mediciones egipcias y base de nuestro actual sistema decimal— en la sílaba Yo) que corresponde al individuo, al reino interior; y de la otra, al mundo natural o exterior.

 
Esta dualidad, —inconcebible en el pensamiento oriental, que se radicaliza definitivamente con el budismo Zen— es en cambio una de las fuentes de angustia más resistentes del pensamiento europeo (así como la alternada necesidad o inutilidad de la palabra se da en el mismo plano con igual virulencia y, consecuentemente, con igual poder de anulación). La creciente oposición exterior/interior, individuo/colectividad, se transforma, en el terreno creativo, en la correspondiente dicotomía arte/vida, tan debatida por la vanguardia histórica de la primera post-guerra, hasta el punto que los ecos de esa batalla siguen llegando hasta nosotros bajo forma de nuevas proposiciones tendientes a resolver el «impasse». Inútil citar aquí entre sus mayores representantes a Marcel Duchamp o John Cage. Muchos otros después (sobre todo algunos de los miembros del movimiento Fluxus, florecido en los primeros años sesenta) entre los que es necesario citar a su más reciente y notable representante, el alemán Joseph Beuys, han afrontado el dilema con talento y audacia. Pero, como dice Octavio Paz:

La oposición arte/vida, en cualquiera de sus manifestaciones, es insoluble. No hay otra solución que el remedio heroico burlesco de Duchamp y Joyce. La solución es la no solución: la literatura es la exaltación del lenguaje hasta su anulación, la pintura es la crítica del objeto pintado y del ojo que lo mira. La metaironía libera a las cosas de su carga de tiempo y a los signos de sus significados; es un poner en circulación a los opuestos, una animación universal en la que cada cosa vuelve a ser su contrario. No un nihilismo sino una desorientación: el lado de acá se confunde con el lado de allá. EI juego de los opuestos disuelve, sin resolverla, la oposición entre ver y desear, erotismo y contemplación, arte/vida. En el fondo es la respuesta de MaIIarmé: el instante del poema es la intersección entre lo absoluto y lo relativo. Respuesta instantánea y que sin cesar se deshace: la oposición reaparece continuamente, ya como negación de lo absoluto por la contingencia, ya como disolución de la contingencia en un absoluto que, a su turno, se dispersa. La no solución que es una solución, por la misma lógica de la metaironía, no es una solución.

La PURUCHUCO ESCRITA no sería, pues, sino una aberración verbal si ella quisiera sustituir (a la manera de un torpe restauro, que anulase su dimensión temporal) a la Puruchuco arqueológica. La estratigrafía cultural a la que, sucintamente, la he sometido en estas notas, junto con las imágenes de José Casals, no revela ninguna capa de materia verbal. A no ser que estas mismas palabras —como en los basurales arqueológicos— no estén indicando ya su propia necesidad o inutilidad. Si un tentativo de ordenamiento ha sido necesario para acercarnos a la hermética compostura de la edificación, ninguna humildad es suficiente, sin embargo, para contemplar y comprender las obras de nuestros antepasados, porque muy pocos entre nosotros los reconocen como tales. La ruptura provocada por la conquista ha sido siempre una coartada para eludir esta realidad histórica. Las clases dominantes peruanas, y las pseudo dominantes, se sintieron más bien herederas de los conquistadores. Digamos que reconocieron al padre, más no a la madre. ¡Cuando en verdad se trataba de madre noble y de padre aventurero! Este trágico vaudeville histórico no ha terminado todavía, y si no fuera por los estragos que él sigue produciendo, bien me guardaría yo —y los pocos que nos sentimos colmados— de compartir tan admirable herencia.

 
Abandonada la posibilidad de una interpretación verbal, la PURUCHUCO ESCRITA deberá comenzar a partir de su lectura in situ. Lectura que un mestizaje caótico y vergonzante no permite efectuar cabalmente. Cada peruano, cualquiera que sea su etnia local o foránea, deberá acceder un día al conocimiento, y reconocimiento, de nuestro inmenso pasado con la misma, y aún mayor emoción con la que hoy asimila la cultura occidental. Un error de óptica —unido a la cruel estupidez del colonialismo español— relegó al pueblo indio y a su cultura a una condición sub humana que hoy todavía le impide existir plenamente. Artistas espléndidos, ingenieros asombrosos, sacerdotes en la más alta acepción del término, astrónomos, matemáticos, arquitectos, autores de organizaciones sociales avanzadas, estos antepasados nuestros, poseedores de una cuantiosa sabiduría aún sumida en el misterio, parecen ser la vergüenza de muchos peruanos. Insólita aberración histórica —única sobre la faz del planeta— ésta de menospreciar, o por lo menos ignorar, el propio pasado. La tranquila belleza de Puruchuco deja indiferentes a los admiradores del barroco colonial, o de las más espúreas derivaciones del estilo cortesano francés del siglo XVIII, cuando no de las penosas versiones criollas de la arquitectura nórdica europea. Esta simiesca orfandad ha generado ese extraordinario muestrario del «Kitsch» internacional que hoy prolifera en algunos de los barrios de la capital. 

Motivo de bochorno para los peruanos de calidad, y de benévola sonrisa para muchos extranjeros, tales forúnculos no desaparecerán del rostro de la metrópoli mientras no desaparezcan sus atribulados prejuicios colonialistas. Pero este complejo cuadro sociológico —imposible de pasar bajo silencio— ¬rebasa ya el campo de estas reflexiones.
 
Escribir sobre Puruchuco significaba también hacerlo desde una determinada posición individual. La mía es la de un peruano que, quizás con retardo —típico de nuestra historia— ha descubierto su propia identidad con euforia. La distancia, ciertamente, me ha dado una perspectiva, amén de la necesaria preparación y lucidez, que de otra manera no habría tenido. El festín y la felicidad de sentirme uno con mi pueblo, en toda su riquísima gama, acaba de comenzar para mí.
 
Antes de abandonar el luminoso recinto, remitámonos de nuevo a nuestro cicerone, Arturo Jiménez Borja:

Terminada la visita quedamos otra vez frente al paramento que envuelve exteriormente los cuatro lados de Puruchuco. Este lienzo majestuoso, pero inexpresivo, como máscara, representa la fachada de la casa. Exterior que nuestra arquitectura cuida y compone cuidadosamente. Aquí por el contrario el desnudo muro no ofrece otra manifestación que sobriedad, hermetismo y silencio. No hay ventanas ni nada que perturbe tanta serenidad. Una sola puerta sirve de acceso indispensable. El aislamiento es mayor si se considera que este único pórtico está situado de espaldas al valle, mirando a lo áspero de la montaña.

Esta aparente severidad, esta concepción como claustro o cuartel, esconde en realidad una profunda dulzura y, como ya sabemos, no fue concebida para otro fin que la existencia cotidiana. Es imposible no tenerlo en cuenta, cuando toda la edificación parece hecha a mano, sobre un módulo antropométrico. Es imposible no percibir la estatura media de sus habitantes y el ancho de sus hombros en la altura de los techos y la apertura de las puertas, la medida de sus pasos en los escalones, o la de sus brazos abiertos en determinados pasadizos (3). Esta dorada sinfonía de quincha y adobe ilumina nuestra conciencia a partir de este sencillo concepto: que la vida humana, la vida sobre la tierra, el lugar del hombre sobre ella y su propia dimensión sagrada, son una misma y única cosa; que las materias humildes, de las cuales estamos hechos —como el (bíblico) barro, por ejemplo— son igualmente una sola cosa con nosotros y con la luz del cielo, una preciosa y única cosa como la esfera de tierra en que vivimos y que rueda por el espacio, lentamente cocida por el sol. Nuestra visita a Puruchuco ha quizás terminado, pero Puruchuco no cesará jamás de acompañarnos, puesto que ella ya no será para nosotros sino el más puro emblema de nuestra condición terrestre.


(1) Los trabajos de Victoria de la Jara sobre los “tocapus” inca o los de Iaccolev sobre los “pallares”, entre otros, merecen sin duda mayor respeto, pero, por cuanto tengo entendido, no reúnen los caracteres básicos de una verdadera escritura, es decir, no parecen alcanzar la complejidad estructural mínima de los auténticos códigos escritos.
 

(2) “Quincha”, en lengua quechua, es la armazón de cañas que sirve de sostén a los techos y paredes de barro en las construcciones de la costa peruana.
 

(3) Es imposible no realizar una somera aproximación entre la arquitectura de la costa del Pacifico peruano y la arquitectura japonesa. La misma raíz antropométrica, la misma impecable planta ortogonal, el uso escenografico del espacio y de las paredes tratadas a manera de biombos (móviles en el Japón, fijo en el Perú, quizás únicamente por razones de material), y por ultimo, la desnudez de los ambientes interiores, desprovistos de muebles y sustituidos por los “tatami” en el Japón, y por las “esteras” en el Perú. Añádase a eso el uso domestico de las hornacinas para el culto floral japonés (Ikebana) y para el uso ritual de las “conopas” peruanas, amén de ciertos rasgos comunes en la cerámica de ambos lados del océano –ya observados por algunos estudiosos, como Levi Strauus- y el cuadro se nos aparece de una inquietante semejanza, aun cuando queramos convencernos que se trata tan solo de funciones similares dictadas por ambientes naturales semejantes. Observación, esta ultimad, bastante inexacta si se tiene en cuenta la dulzura del entorno oriental comparada con la austeridad de nuestro desierto costero. No habría que confundir, en todo caso, la refinada espiritualidad de los jardines zen de Kyoto con los bellísimos arenales del Pacifico peruano, aun cuando este ultimo paisaje haya dado origen otras no manos enigmáticas concepciones espirituales.

DE LAS CASONAS PIURANAS

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